miércoles, 4 de abril de 2012

Artículo


 Articulo publicado por el periódico digital Extraconfidencial.com el pasado lunes 02 del corriente.

Muchos prescinden del apellido que les pueda relacionar con su rama aristocrática.

La nobleza de la política y la empresa oculta sus títulos a la opinión pública.

La llegada del Partido Popular al gobierno ha llevado a numerosos cargos públicos a un notable grupo de nobles e hijos de familias de raigambre aristocrática, como ya venimos haciéndonos eco en estas mismas páginas. Este hecho, que coloca la nobleza más cerca de la visibilidad pública, va, sin embargo, aparejado a ese curioso fenómeno por el cual muchos nobles e hijos de títulos parecen querer ocultar sus orígenes o sus relaciones sociales mediante el obviar sus títulos o hasta introducir pequeñas modificaciones  a sus apellidos compuestos, todo ello para aparecer ante la opinión pública como meros ciudadanos de a pie.

Pero este fenómeno tan singular también parece extenderse al mundo de la gran empresa y de las finanzas pues, nos cuentan, hay hasta secretarias de personas de gran influencia y notoriedad social que no conocen siquiera que sus jefes son marqueses o condes, del mismo modo que nunca escuchamos a Esperanza Aguirre presentarse como condesa de Murillo y madre del marqués de Villanueva de Duero, a Pío García-Escudero como conde de Badarán, a Jesús Posadas como cuñado del marqués de Vargas, o a Íñigo Méndez de Vigo y Montojo (Secretario de Estado para la Unión Europea), como barón de Claret.

Ocultación de apellidos

En esa misma línea el ministro Pedro Morenés, primo de la esposa de Íñigo Méndez-Vigo y antiguo presidente del Club Puerta de Hierro, parece haber reducido su sonoro segundo apellido “Álvarez de Eulate”, al menos pretencioso “Eulate” suprimiendo también la partícula “de” del Morenés que le enlaza con toda la gran nobleza española. Caso similar es el de José Ignacio Echevarría Echaniz, presidente de la Asamblea de Madrid, de quienes pocos conocen que lleva el título de conde de Grá.

En las listas del Partido Popular menudean otros nombres aristocráticos como Cayetana Álvarez de Toledo, esposa de un nieto del vizconde de Güell, o Alfonso de Senillosa y Rocamora, y la lista se torna casi interminable si pensamos en el ámbito de la gran empresa con nombres como Jaime Lamo de Espinosa y Michels de Champurcin, antiguo ministro se agricultura y actual presidente del consejo de administración de Cap Gemini Ernst & Young España, que es marqués de Mirasol. Y es que en realidad son pocos los que como el marqués de Tamarón, Santiago de Mora-Figueroa, que hasta 2004 fue embajador de España en Gran Bretaña, no tienen empacho en funcionar ante la vida pública como aquello que son.

Sorprende esta ocultación de lo que se tiene y de lo que se es, por otra parte, hace un flaco favor a la propia nobleza como grupo social que en estos momentos pasa por un momento de gran desunión y de notable dificultad. De hecho son varias ya las voces que defienden la desarmarización de la nobleza ante la opinión pública, por considerar que no es vergonzante manifestar lo que se es cuando luego, y de forma paradójica, títulos, sangres y parentescos se airean en el Club Puerta de Hierro, en el Nuevo Club o en la Gran Peña de Madrid.

Nobles populares

Además la nobleza no es un grupo social impermeable sino que está presente en todos los ámbitos de la sociedad tanto a través de figuras de gran notoriedad como Mercedes Milà, Agatha Ruiz de la Prada o la autora de novelas históricas Almudena de Arteaga, como figuras anónimas de personas de vida sencilla como la futura marquesa de Casa Brusi que es traductora, o la hermana del conde de la Torre de Mayoralgo que trabaja en terapias alternativas.

Ello muestra un fuerte contraste con la conducta de la noblezas británica y francesa, que históricamente han formado parte de la vida política y empresarial sin perjuicio de su estatus, amén de que en Inglaterra el primer ministro David Cameron lleva a gala descender del rey Jorge III y en Francia Nicolás Sarkozy se enorgullece de su ascendencia noble por los Sarkozy de Nagy-Bocsa y de sus conexiones con la nobleza internacional (la segunda esposa de su padre, Melinda d’Eliassy, casó después con el español Luis Rúspoli y Morenés, marqués de Boadilla del Monte).

En el brete de redefinirse como grupo social, la nobleza española encara un momento de especial dificultad pues corre el peligro de quedar vinculada a una imagen frívola en la que, sin remedio, no puede dejar de destacar la singular Cayetana de Alba que –siempre rompiendo moldes-, es tan querida y tan popular.